02. INVISIBLE
Ilustrador: Javier Garcia (http://javigaar.blogspot.com)
El
desayuno esperaba en la mesa. Rápidamente aparecieron dos niños y un
marido preparados para comenzar el día. Nadie hablaba porque tenían
cosas más importantes que hacer, como jugar a la consola, mirar
hipnotizados los dibujos
o leer los titulares del día en el móvil mientras engullían los
alimentos mecánicamente. Los tres acabaron a la vez, acompasados, como
si lo hubieran ensayado con anterioridad, como si un reloj interno les
marcara el mismo ritmo. Un beso, otro y un tercero seguidos de un “¡a
las 6, fútbol!, “¡a las 7, inglés!”, y “no me esperes para cenar”.
Tara
se quedaba acompañada de silencio. Acabó el desayuno a cámara lenta
saboreando la tostada y el café y, ya cansada de buena mañana, comenzó
su rutina. Nadie lo sabía pero Tara tenía poderes supernaturales como
aquellos superhéroes de los cómics que, de vez en cuando, leían sus
hijos. Desgraciadamente no eran supervelocidad o telequinesia. No, su
don era el don de la invisibilidad. Se puso el delantal verde y pasó de
una habitación a otra ordenando, como cada día, los destrozos de la
última tormenta. Tras poner todo otra vez en su lugar, Tara se sentía triunfadora; la ganadora de una guerra en la que sólo luchaba ella.
En
el mercado, su invisibilidad tampoco la ayudaba mucho. Decenas de
mujeres se le colaban siempre en la carnicería. “Ay, mis piernas”,
“Niña, la edad… No llegues nunca a mi edad”. Una a una se le iban
colando inevitablemente incluso cuando Tara ya estaba haciendo el
pedido. La vendedora la dejaba con la palabra en la boca y despachaba a
las abuelas primero como si Tara fuera un espíritu que sólo se hacía
presente a la hora de poner el dinero en el mostrador. Estaba
tan cansada de la situación pero, ¿qué podía hacer? Ya había gritado,
llorado, protestado, dado golpes… Nada parecía funcionar. Tardaba muy
poco en volver a hacerse invisible de nuevo.
Un
hombre furioso chocó con ella al salir de la frutería. La bolsa se
rompió y todas las manzanas se esparcieron por el suelo. Tara se agachó y, resignada, se puso a recoger la fruta. Resopló para evitar que las lágrimas
acudieran a sus ojos. De repente, unos grandes ojos verdes aparecieron frente a ella acompañados de una amplia sonrisa serena. Unas manos
con las últimas manzanas en ser rescatadas se acercaron a Tara.
“Gracias”, consiguió susurrar entre los labios. La chica le devolvió la
sonrisa, se levantó y desapareció entre la multitud. Tara no se lo
acababa de creer y estalló a carcajadas. Todo el mundo paró de hacer lo
que estaba haciendo y giraron sus miradas acusadoras hacia aquella
mujer que no podía parar de reír con una bolsa de manzanas rota en su
falda. Tara, sin quererlo, había dejado de ser invisible.
Qué bonito final :)
ResponderEliminarOOOOOOHHHHH!!! Gracias wapa!!
ResponderEliminar¿Quién no se ha sentido invisible alguna vez? esa idea me recuerda a esa canción de Mr. Celofán de la película de Chicago.
ResponderEliminarBienvenida Helena, creo que todo el mundo se ha sentido invisible en alguna ocasión que otra. Gracias por la referencia,ahora que lo dices... Mr. Celofán refleja muy bien esta sensación de invisibilidad.
Eliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=Xadc-94OWI4&feature=fvwrel