21. LA EXPEDICIÓN
—¡Alan!¡Alan!¡Alan!¡Despierta!
Edgar
zarandeaba a su compañero tendido en el suelo desesperadamente. Estaba
inconsciente aunque las constantes vitales que mostraban el traje eran
estables. Parecía estar sumido en un profundo sueño y, viendo que no se despertaba,
decidió arrastrarlo hasta Antares. No sería una empresa fácil pero la opción de
dejarlo allí tirado a los pies del cráter Parry no era la mejor, aunque tenía
muchas ganas de abandonarlo a su suerte. Edgar estaba furioso con él. La
bromita del palito se le había ido de las manos. ¿Dónde había estado aquellas
dos horas? ¿Por qué los niveles de oxígeno no habían bajado durante esas dos
horas? Todo aquello era desquiciante. Sólo deseaba que se despertara para
exigirle algún tipo de explicación.
El
palito. El astronauta había colado un hierro 6 porque era lo más parecido a la
herramienta de excavación que usaban para recolectar polvo y piedras lunares. Era
un proyecto que llevaba planeando tiempo y se había esmerado especialmente en
no ser descubierto. Tras varios prototipos había conseguido una versión completamente
plegable que logró esconder dentro de un
calcetín. Alan se hacía pesado y Edgar
paró un momento para recuperar el aliento y comprobar los niveles de ambos.
Todo parecía estar bien pero su compañero seguía profundamente dormido. Se giró
y observó el horizonte. La Tierra se veía tan pequeña desde allí arriba que
parecía una canica. Comprobó la dirección y pensó que Antares no tardaría mucho
en aparecer. Tendría oxígeno suficiente y Scott lograría despertar a Alan o, al
menos, eso era lo que esperaba.
Unos
veinte minutos más tarde abrió la
compuerta del módulo y con la ayuda de su compañero lograron introducir a Alan
en el cubículo. Se quitó el traje y revisaron el del astronauta inconsciente.
Sus constantes seguían siendo estables. Edgar tiró el hierro 6 en una esquina.
Todo aquello había sucedido por ese juego infame: el golf. Si Alan no despertaba,
Edgar no se lo perdonaría nunca. Lo desvistieron y probaron todo lo que su imaginación
les sugirió. Pero nada. Scott, analizó su sangre y descubrieron así que Alan
había sido drogado. No acababan de concretar con qué sedante pero, lo que
estaba claro era que no procedía de la Tierra. Ambos se miraron aturdidos en un
afán por encontrar respuestas en la mirada del otro. Se sentaron
apesadumbrados. Tenían que avisar al centro de mando pero ¿qué podían explicar?
¿que la broma de Alan había salido mal? ¿que la luna no podría ser nunca un
campo de golf practicable? ¿que habían perdido de vista a su compañero y había
aparecido dos horas más tarde como si no hubiera ocurrido nada? Ni un ápice de
oxígeno consumido, su traje intacto pero como la Bella Durmiente del cuento,
esperando el beso de amor verdadero que lo despertara.
—Hay que avisar a la NASA. Allí pueden decirnos cómo despertarlo. No va a estar así los 40 días que nos quedan de misión. Morirá de inanición. El módulo no está preparado para estas contingencias —advirtió Scott.
—Podemos ponerle una vía y mantenerlo con suero el tiempo que podamos. Con suerte, haremos tiempo hasta que el laboratorio nos diga cómo podemos revertir el efecto del sedante que corre por sus venas— sugirió Edgar.
—¿Y a ti no te escama cómo ha llegado ese sedante a su cuerpo? No puede ser algo accidental. Edgar, no estamos solos.
—No digas tonterías, Scott. ¿Quién va a vivir en la Luna? ¿Tú también miras el programa ese de los alienígenas ancestrales? No vive nadie en el lado oscuro de la Luna. Son sólo patrañas sin base científica. ¿Y tú te llamas astronauta?
—Bueno, entonces, explícame tú cómo le ha ocurrido esto a Alan. No ha podido pincharse con una planta envenenada, más que nada porque hubiera muerto por exposición espacial. Y no tiene una contusión cerebral. Tiene una droga extraterrestre en sus venas y eso sí que lo hemos comprobado.
—Puede que hayan sido los rusos— contraargumentó Edgar.
—Venga, va, no veas rusos donde no los hay. Hubiéramos visto algo en el radar. Todo esto es demasiado intrigante incluso para ellos.
Scott
le puso la vía a Alan y conectó el suero. Ambos se quedaron sopesando sus
palabras mientras su compañero seguía durmiendo plácidamente.
Los exploradores lunares mandaron los resultados de sus pruebas junto a un mensaje al laboratorio de la NASA con la esperanza de que ellos supieran qué hacer. Para matar el tiempo, los astronautas, siguieron con las pruebas que tenían pendientes para completar la misión lunar con éxito. Así mantenían la mente ocupada y dejaban de preocuparse por si estaban solos o no en el satélite. Las medidas de seguridad aumentaron cada vez que salían del módulo a recoger muestras. No sabían qué podían encontrar allí fuera ahora que intuían que estaban acompañados.
Los días pasaban y Alan seguía descansando. La ayuda desde la Tierra no llegaba y las reservas de suero iban bajando progresivamente. Pronto no tendrían nada para poder mantener a su compañero con vida y deberían volver antes de su misión. Por eso, los supervivientes, trabajaban a marchas forzadas doblando incluso turnos de expedición y reduciendo horas de sueño. Edgar volvió aquella mañana al lugar donde había encontrado a Alan con la esperanza de encontrar alguna pista que le hubiera pasado inadvertida con anterioridad. Encontró una de las bolas que Alan había lanzado con el hierro 6 modificado. Sin duda, su compañero había acabado allí persiguiendo la trayectoria de la bola. Se agachó para recogerla y algo en el suelo lo deslumbró. Apartó el polvo lunar despejando el área y entonces lo encontró. Encontró un vial de aluminio con un líquido transparente dentro. ¿Cómo no lo había visto aquel día? Lo guardó junto a la bola y el resto de muestras recogidas aquella jornada y volvió volando al módulo.
—¡Scott, Scott! ¡Mira lo que he encontrado! Tiene pinta de ser un antídoto. Quien le pusiera el sedante debió dejarlo junto a Alan para que lo pudiéramos despertar.
Scott no confiaba mucho en la teoría salvadora de su compañero. Aunque al menos había conseguido convencerse de que no estaban solos en la Luna. Pero, ¿y si no fuera un antídoto? Bien podría ser un arma química desactivada. Una vez inoculada en el cuerpo del durmiente podría reaccionar provocando una epidemia fatal al pisar suelo terrestre. Scott, sin embargo, decidió callarse y unirse a la versión más positivista de Edgar. Parecía que el que durmió a Alan no quería hacerle mal así que, que le proporcionara el antídoto, no era una idea descabellada.
Scott le pidió a Edgar el vial pero para cuando la palma de la mano llegó a su compañero, Edgar lo había descapullado y lo pinchaba en el pecho de su compañero sin remedio. Scott gritó asustado y el cuerpo de Alan se irguió como un vampiro hambriento saliendo de su ataúd. Edgar cayó al suelo de espaldas. El vial se había quedado pinchado en el cuerpo del astronauta. Era una imagen dantesca. Alan recuperó la respiración aunque parecía desorientado. ¿Dónde estaba? Tardó unos minutos en recuperar la normalidad de sus funciones motrices y en reconocer a sus compañeros de misión. No sabía en qué día estaba ni cuántas horas llevaba durmiendo.
—¿Cómo he vuelto al módulo? —preguntó preocupado.
—Te encontré cerca del cráter Parry. Estabas inconsciente pero tus constantes era estables. De eso hace ya dos semanas. ¿No recuerdas nada? ¿Cómo llegaste hasta allí? ¿Por qué no habías consumido nada de tu oxígeno? ¿Quién te inyectó el sedante?
Eran
demasiadas preguntas seguidas. Todavía estaba entre sueños y se sentía mareado.
Sólo recordaba que había sacado su palo de golf y había ido probando su swing mientras seguía la trayectoria de
su bola. Recordaba la excitación de saberse jugando a golf en la Luna y disfrutaba
como un niño con juguete nuevo. Nadie podría arrebatarle aquellos momentos de
diversión. Pensó en Edgar, en que estaría preocupado. No debería haberse
separado tanto de sus compañeros. Plegó el hierro 6 que había estado usando y posó
la rodilla derecha en el suelo para recoger la bola que había jugado. Vio una
sombra en movimiento y levantó la mirada para confirmar que había sido sólo producto
de su imaginación. Y luego, la oscuridad. Se le escapó la bola de la mano y
sintió cómo lo transportaban en una camilla. Recordaba cuatro manos desnudas
cargando su peso. Pero no podía ser, sus compañeros no se hubieran aventurado
nunca a sacarse los guantes fuera del módulo. Y cayó dormido tras algunas
palabras ininteligibles. No sabía a dónde lo llevaban pero no estaba
preocupado. El sueño era más que apacible. Scott y Edgar no daban crédito a la
narración. Un miedo les recorrió el espinazo mientras una urgencia por dejar el
satélite les inundó el cuerpo. Volvían a casa. Ya. Ni tan siquiera saldrían a
recoger los utensilios olvidados en el exterior.
—Comprobaciones
realizadas. ¿Cinturones?
Todos
se lo ajustaron por última vez, el módulo se puso en marcha dejando la Luna
estrepitosamente. Creyeron ver unas luces desde la superficie, intuyeron
figuras bajo la nave. Aceleraron al máximo. Miedo a lo desconocido. Mensaje
recibido. No volverían nunca más. La Luna ya no era una opción. El satélite se
lo había dejado más que claro.
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