19. MADERA 3

Joe miraba fijamente el cuerpo ensartado como un pincho moruno por una madera tres que tenía ante sí. Había visto cosas extrañas en todos los años que llevaba como detective en el cuerpo pero aquella visión le incomodaba sobremanera. Siempre había tenido los campos de golf como remansos de paz donde la gente iba a relajarse y a disfrutar de la naturaleza, pero lo que había encontrado el jardinero a primera hora de la mañana distaba mucho de la tranquilidad que se suponía que debía emanar aquel lugar.

El cuerpo tenía la cara tan deformada por los golpes recibidos que costaba reconocer al fallecido. Quien fuera el asesino le debía tener mucha hincha al chaval porque las muestras de ira estaban muy presentes.  Joe se agachó para examinar el palo clavado en el esternón del muchacho. Era un arma accidental por lo que el asesinato no parecía ser premeditado. Una discusión que se fue de las manos, un palo cerca y el final era de lo más predecible.

Un agente lo sacó de sus cavilaciones. El forense ya había dado su visto bueno para trasladar el cuerpo a la morgue. Acto seguido, cerraban la cremallera de la bolsa negra que ocultaba el cadáver de los curiosos que se arremolinaban alertados por la policía. El gerente del campo que coordinaba el torneo que estaba a punto de comenzar respiró aliviado. Se acercó a Joe para preguntarle si podrían comenzar a la hora. Los jugadores habían ido llegando y ya estaban todos listos para salir a competir. La impaciencia había ido aumentando entre los asistentes y la recepcionista ya no sabía qué excusa ponerles para retrasar el inicio del torneo. Joe miró al gerente, a la dulce recepcionista y a los cuarenta golfistas que esperaban con sus bolsas a que el detective tomara una decisión.

—Sí, no veo problema para que comiencen en unos veinte minutos, cuando hayamos acabado de recoger.

—Oh, muchas gracias. Es un torneo importante y no queríamos importunar a nadie con la posible cancelación… o retraso.

El gerente dio la orden para ponerlo todo en marcha y los golfistas sonrieron de satisfacción, cogieron sus bártulos y dejaron a Joe en soledad escuchando el sonido de los pájaros como si no hubiera sucedido nada. Joe negó con la cabeza, reflexivo, y se dirigió hacia la casa club donde la normalidad lo inundaba todo como si el asesinato en el campo fuera un simple espejismo en el desierto.

—¿Podemos ayudarle en algo más, detective? —le preguntó el gerente complaciente.

—De momento, no. Dice que no conoce al chico en cuestión pero, ¿no han tenido problemas con la asociación a la que parecía apoyar? El logo de su camiseta se podía intuir a pesar de la sangre y las vísceras. —El gerente hizo una mueca de asco mientras lo escuchaba—. ¿No es el grupo de activistas con los que ya tuvieron problemas el pasado verano?  

—Sí, eso parece. Pero es extraño porque, tras los incidentes, nos hemos ido reuniendo con ellos para trabajar en la reforma del campo y poder así inscribirnos en el registro de huella de carbono, compensación y proyectos de absorción. Estamos ya con los últimos documentos para convertirnos en el primer campo del país en entrar en ese registro. No lo entiendo. Tanto ellos como las comunidades de vecinos afectadas están muy contentos con el nuevo proyecto.

—Así que son ustedes unos pioneros en el compromiso con el medioambiente —se le escapó con sorna a Joe— y no entienden que haya voces en contra de su campo de golf. Está diciendo que todo el mundo —recalcó— está feliz con el campo de golf.

—A ver, siempre puede haber algún cliente descontento, —aclaró el gerente— pero como en todos los negocios siempre se puede llegar a algún acuerdo.

—¿Está insinuando que han llegado a algún acuerdo con las voces discordantes de la política del campo? —se contrarió el detective.

—No, no, no —se alarmó el chico— me refiero a jugadores que se enfadan porque el green no iba tan rápido como debiera o por un largo día de lluvia persistente. Nada de lo que usted piensa. La comisión para la mejora del campo está formada tanto por la junta directiva del campo como de vecinos afectados, el ayuntamiento y algunos colectivos ecologistas que se sumaron al proyecto por lo innovador del mismo.

—Necesitaría revisar las actas de las reuniones y la documentación relacionada con el tema para verificar los datos.

—Sin problema. Esta tarde, tendrá toda la información que necesite en su despacho. ¿Alguna cosa más?

—Eso es todo. Nos pondremos en contacto con ustedes si fuera necesario así que les ruego que estén disponibles.

—Desde luego. Aquí esteremos para lo que precisen.

Joe subió a su coche dubitativo. Le resultaba raro que el campo de golf estuviera tan solícito. Normalmente a las grandes empresas les costaba mucho mostrar sus entresijos pero si realmente el proyecto era tan innovador como aseguraban y estaban ya con toda la documentación en regla podría ser la mejor publicidad posible.  Un campo de golf aceptado por los ecologistas parecía demasiado bueno para ser verdad.

******************

El detective se tomaba su sexta taza de café mientras cerraba el último archivo leído. Sin duda, el proyecto lo había impresionado sobremanera. Si lograban llevar a cabo todo lo previsto pasarían de la fase de “Calculo” a la de “Compenso” en muy pocos años: la fase intermedia de “Reduzco” sería una mera anécdota. Era un proyecto ambicioso pero acallaría muchas voces contrarias a la creación de campos de golf. Hasta él mismo se había sorprendido con la idea de tomar algunas clases. Aquella mañana de primavera rodeado de árboles y césped le había relajado mucho más de lo que él se hubiera podido imaginar. Y eso que no le había dado ningún golpe a ninguna bola. Aquello ya debía ser espectacular. Seguro que bajaría las denuncias por violencia policial de su expediente. Siempre le habían dicho que se tomaba los interrogatorios demasiado en serio.

Eso le llevaba a recordar el del jardinero. Pobre chico, cómo lloraba. Era un chaval de un programa de garantía social de jardinería que había tenido la mala suerte de tocarle las prácticas en el campo aquella fatídica mañana. Lo habían tratado muy bien e incluso le habían prometido contratarlo al final de curso pero después de aquello no estaba muy seguro. Cambiaría de programa. Informática. Así no tendría problemas de ese tipo. Un muerto. Lloraba desconsoladamente porque no podría quitarse la imagen de la cabeza.

El asesinado en cuestión era todo un personaje. Fichado por llevar las manifestaciones a otro nivel: desde liberar explotaciones ganaderas al completo a quemar almacenes enteros de semillas transgénicas a atacar a algún directivo de alguna empresa energética. Había pasado periodos más o menos largos en prisión por aquellos delitos en pos a un bien mejor. Cualquiera podría haberlo matado porque enemigos tenía hasta debajo de las piedras. ¿Cómo alguien tan joven podía haberse fraguado una reputación así? Su novia lo describía como un obseso por lo moralmente correcto, con complejo de salvador que se equivocaba en elegir sus batallas. No había participado en ninguna de las reuniones de la comisión del proyecto del campo, ni se había mostrado especialmente partícipe en las primeras manifestaciones contra el campo. Entonces, ¿qué podía haber pasado?

******************

Un agente lo despertó de su mesa. Se había quedado dormido sin darse cuenta. Se limpió la baba que le caía por la comisura de la boca y lo saludó adormilado.

—¿Qué traes? —el joven le entregó una hoja con una ficha policial. Las huellas encontradas en el palo coincidían con alguien. Joe se despertó de golpe. No daba crédito. —Gracias. Mándame refuerzos al campo de golf. Rápido. Ya lo tenemos.

Joe salía como alma que lleva el diablo por la puerta de la comisaría. Puso las luces, la sirena y aceleró saliendo de la ciudad. Tardaría unos veinte minutos en llegar y esperaba que no fuera demasiado tarde. Cómo no se había dado cuenta. Los árboles, los pájaros, la paz lo habían distraído. Había estado siempre delante de él. Solícita. Servicial. Abrió la puerta de la casa club y allí estaba. Tan tranquila.

—Creo que me debe una explicación, señorita.

—¿Yo? No sé de qué me está hablando. Debería ser más preciso. —La recepcionista se puso en pie y reculó hasta la ventana. No parecía asustada, ni sorprendida. Más bien se mofaba de Joe.

—Lo sabe perfectamente. Usted mató a Carlos.

—No, creo que me confunde con otra. No conozco a ningún Carlos. —Miraba de reojo a su derecha para ver si alcanzaba los palos de golf de oferta. Joe sacó su arma y la apuntó para hacerla desistir de su intención.  —Oh, habla de Martín. Conocí a un Martín. Dijo que me amaba y que adoraba el golf. Lo que se le olvidó decirme es que lo que quería era hundir el proyecto del campo y que tenía novia. Me estaba usando y eso no se lo consiento a nadie.

Cristina logró alcanzar un driver para romper el cristal y saltar al campo intentando huir. No fue lo suficientemente rápida. Una bala le abrió un agujero en el entrecejo y su peso muerto cayó de espaldas en un lago de cristales rojos de sangre. 



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