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23. UNA CABAÑA EN LA CERDANYA

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Cuando los vi no me lo pude creer. Eran perfectos para el proyecto que tenía en Puigcerdà. Era una cabaña de alto standing cerca de un campo de golf del que no recordaba el nombre concreto. De todas maneras, tenía que hacerme con ellos costasen lo que costasen.  —Disculpe las molestias —me dirigí a la dependienta, una señora mayor que combinaba a la perfección con los objetos de la tienda—. Ese juego de palos de golf que tiene colgados… ¿Están a la venta?  —Sí, por supuesto, jovencita. ¿Pero está segura de que los quiere comprar?  —¿Hay alguna razón por la que no debiera adquirirlos? —pregunté extrañada.  —Esos palos están malditos. Los he vendido muchas veces y me los han devuelto por no poder controlarlos—. El rostro de la señora se oscureció mientras un escalofrío me recorrió el cuerpo—. Tienen personalidad propia —aseguró.  —¿Me está tomando el pelo? No voy a pagar más por el cuento chino ese de la maldición —amenacé.  —No, no era esa mi intención. S

22. HAMBRE

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Hambre. Tenía hambre. Había sido un día duro en la oficina. El estrés le comía las entrañas y, tras acabar un plato de verduras con cuscús que había dejado preparado para almorzar, abrió el congelador y sacó una pizza cuatro quesos que se reservaba para días como estos, en los que el trabajo incesante la había dejado sin energía. La pizza y el cuscús le supieron a poco y decidió comerse las sobras de la paella del lunes, que guardaba para un caso de emergencia; estaban deliciosas, aunque frías. Una vez el plato quedó vacío, sus tripas volvieron a quejarse. Armario por armario, fue devorando todo alimento que había en la cocina. Latas de conserva, patatas de bolsa, pepinillos en vinagre. El hambre seguía allí carcomiéndola por dentro. Continuó con la despensa hasta que ya no quedó absolutamente nada en casa. ¿Y ahora qué podía hacer? Seguía teniendo hambre. Decidió salir a la calle. A lo mejor un paseo le hacía matar el gusanillo. No sabía dónde lo había leído pero el sol tambi

21. LA EXPEDICIÓN

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  —¡Alan!¡Alan!¡Alan!¡Despierta! Edgar zarandeaba a su compañero tendido en el suelo desesperadamente. Estaba inconsciente aunque las constantes vitales que mostraban el traje eran estables. Parecía estar sumido en un profundo sueño y, viendo que no se despertaba, decidió arrastrarlo hasta Antares. No sería una empresa fácil pero la opción de dejarlo allí tirado a los pies del cráter Parry no era la mejor, aunque tenía muchas ganas de abandonarlo a su suerte. Edgar estaba furioso con él. La bromita del palito se le había ido de las manos. ¿Dónde había estado aquellas dos horas? ¿Por qué los niveles de oxígeno no habían bajado durante esas dos horas? Todo aquello era desquiciante. Sólo deseaba que se despertara para exigirle algún tipo de explicación. El palito. El astronauta había colado un hierro 6 porque era lo más parecido a la herramienta de excavación que usaban para recolectar polvo y piedras lunares. Era un proyecto que llevaba planeando tiempo y se había esmerado esp

20. MAGENTA IRIDISCENTE

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Daniel metió la mano en el hoyo y, para su sorpresa, sacó dos bolas de él. Una era la Pro-V blanca que había elegido para entrenar aquella mañana, la segunda era de un magenta iridiscente. Miró alrededor en busca del propietario pero estaba solo en el campo. Alguien debía haberla olvidado en alguna partida del día anterior. ¿Pero quién abandona una bola así en un hoyo jugado? Hacía frío y el viento rasgaba la piel. Las predicciones no eran nada halagüeñas y la recepcionista le había sugerido dejarlo para otro día. Pero su entreno era sagrado. Nada ni nadie le impediría salir al campo. Un clima espantoso no iba a derrotarlo. Su ansiedad había aumentado en los últimos meses, tras los fracasos en los últimos campeonatos. Sus waggles eran más que incontrolables y ya no sabía qué hacer para solucionar el problema. Lo había probado todo: clases, visualizaciones, respirar, psicólogo deportivo. Su frustración lo llevaba a entrenar a diario en busca del golpe perfecto y dejar así sus ma

19. MADERA 3

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Joe miraba fijamente el cuerpo ensartado como un pincho moruno por una madera tres que tenía ante sí. Había visto cosas extrañas en todos los años que llevaba como detective en el cuerpo pero aquella visión le incomodaba sobremanera. Siempre había tenido los campos de golf como remansos de paz donde la gente iba a relajarse y a disfrutar de la naturaleza, pero lo que había encontrado el jardinero a primera hora de la mañana distaba mucho de la tranquilidad que se suponía que debía emanar aquel lugar. El cuerpo tenía la cara tan deformada por los golpes recibidos que costaba reconocer al fallecido. Quien fuera el asesino le debía tener mucha hincha al chaval porque las muestras de ira estaban muy presentes.  Joe se agachó para examinar el palo clavado en el esternón del muchacho. Era un arma accidental por lo que el asesinato no parecía ser premeditado. Una discusión que se fue de las manos, un palo cerca y el final era de lo más predecible. Un agente lo sacó de sus cavilacio

18. EL CLUB DE LOS GOLFISTAS MUERTOS

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Para mi amorcitons, Silencio. Sólo el leve susurro del viento entre las hojas de los pinos blancos. Alguna piña se lanzaba al vacío tras el bamboleo sufrido. Era una tarde estupenda para jugar a golf. Allí estaba yo en el  tee  del hoyo 13, una larga calle que se escondía tras una curva malvada y es que no era muy ducho en los  doglegs .  Me concentré en la postura y en hacer el swing tal como lo había ensayado hasta la saciedad en el campo de prácticas. Me vino el olor a romero de entre los arbustos que me rodeaban y disfruté del instante. Sentía que aquel tiro iba a ser perfecto.  Venga, basta de procrastinar . Mis dedos abrazaron el palo con firmeza y convicción. No perdía de vista la bola ante mí y un golpe de viento me desconcentró por un segundo. Negué con la cabeza y volví al tiro que estaba a punto de hacer. De nuevo, la brisa parecía susurrarme algo. Dejé la postura y escudriñé mi alrededor. Estaba yo solo en la inmensidad del campo. Nadie, no había nadie y, aún así