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29. EL VIRUS

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Aquella mañana Martín se levantó como cualquier otra. Se duchó, se puso el polo y los pantalones y se atusó la gorra antes de coger la bolsa de golf y salir por la puerta. Sonrió confiado. El torneo iba a ser suyo, lo iba a clavar y le daría puerta a muchos comentarios sobre sus supuestos problemas golfísticos. Había practicado, ido a clase y, sobre todo, había visualizado cada y uno de los golpes que iba a dar aquella mañana. Nada podía salir mal. Al menos, no a él, no en aquel torneo. Al llegar a la casa club se dio cuenta de que la gente iba más a su bola que cualquier otro día. Lo agradeció porque así nadie le podría romper la concentración. Pasó por recepción, le indicaron sus compañeros de partida y desde qué hoyo iba a salir y con paso decidido se fue a practicar antes de que sonara el tiro de salida. Saludó a varios conocidos pero nadie le devolvió el saludo y Martín empezó a mosquearse. ¿Quiénes se creían que eran? ¿Por qué le negaban el saludo? No es que él fuera la persona m

28. LA NUEVA PROMESA DEL GOLF

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  —Venga Lucas, levanta. Tenemos un largo camino por delante. —Papá son las seis de la mañana. No me quiero despertar —suplicó el adolescente adormilado. —Lucas, si eres mayor para salir de  fiesta, eres mayor para madrugar y cumplir con tus obligaciones. No te lo repito más, levántate y ponte en marcha. Ya —advirtió el progenitor seriamente. Su padre le retiró las sábanas y un frío polar le recorrió todo el cuerpo. El chico se encogió huyendo del cambio de temperatura y robando unos segundos más al sueño. —Lucas, venga, no remolonees. A desayunar, que nos vamos. Voy metiendo los palos en el coche. Espabila —le gritó Julián mientras bajaba las escaleras. El adolescente arrastró los pies hasta el lavabo. Se duchó semidormido, se vistió mecánicamente y desayunó cansado sin saborear realmente la comida. Su padre lo esperaba con cara de pocos amigos en el coche. Entró y se atusó la gorra para ignorar a su progenitor que arrancó como si fuera un piloto de la NASCAR. Tardó poco

27.COMIENZOS

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Los años para mí siempre habían comenzado el 15 de septiembre (día arriba, día abajo) que era cuando mis hijos volvían al colegio y las nuevas rutinas ocupaban el lugar apropiado en la agenda.  María, la pequeña, se centraba en sus clases de ballet e idiomas. Cada año iniciaba el aprendizaje de una nueva lengua sin descuidar las que ya estaba aprendiendo. Este año se le había antojado el chino. Decía que era la lengua del futuro y que no podía vivir sin intentar aprenderla al menos. Ella siempre tan dramática ponía los ojos en blanco cuando le sugería que debía aparcar alguna actividad antes de empezar con el chino pero mis palabras no tardaban en caer en saco roto. Todos aprendimos pronto que lo peor que se podía hacer era poner trabas a la pequeña María. Siempre acababa consiguiendo lo que quería ya fuera por las buenas o por las malas. Y no queráis saber detalles porque los límites que era capaz de traspasar la niña para conseguir lo que se le había antojado eran del to

26. LA PLAYA

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Agosto. Javier estrenaba vacaciones tras unos meses duros de trabajo. La fusión había requerido más sacrificios de los anticipados y eso lo había superado. Cada vez que llamaba a uno de sus empleados para darle la noticia de su finiquito notaba cómo su moral iba minando. Eran sacrificios de sangre a un dios perverso y cruel que sólo le prometía la propia supervivencia. En aquel momento le pareció la mejor, o la única, de las soluciones posibles para salvar su empresa. Javier se despertó, se duchó y disfrutó del agua que caía por todo su cuerpo acariciando y apaciguando las heridas de guerra de los últimos meses. No podía creer que por fin dejara atrás aquella tortura de elegir y echar a las personas más prescindibles. Si hubieran sido prescindibles desde el primer momento ya no las hubiera contratado pero eso, al buitre, no le cuadraba de ninguna de las maneras. Podía iniciar el descanso del guerrero. Lo peor ya estaba hecho y, ahora, sólo tenía que esperar al reflote de su barc

25. EL GANADOR

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  —¿Pero cómo me has podido poner de nuevo con él? ¿Es que no sabes cómo es? Somos amigos pero es la quinta partida que nos toca juntos. Es inaguantable. Y lo sabes. Exijo que me cambies antes de que llegue y se entere… —Señor Pérez, buenos días. Mire qué sincronía; acaba de encontrar a su pareja de juego de hoy —saludó el recepcionista con una falsa sonrisa. El jugador del que hablaban acababa de traspasar el umbral de la puerta. —Vaya, qué casualidad, Jesús. ¡Otra vez juntos! Voy a dejar de creer en la casualidad y voy a empezar a sospechar que me escoges para ganar. Qué buen tándem hacemos, compañero— el señor Pérez se abrazó a su amigo Jesús mientras respiraba aliviado. A juzgar por su buen humor, esta vez no tendría conflictos con su compañero de partida. —Pues, sí, Antonio. No hay nada mejor que jugar con los amigos, ¿verdad? —mintió— venga, que los otros dos nos esperan en el tee de salida. Nos ha tocado el 10. —Sí, vámonos, que nos pilla un poco lejos. Ambos se