28. LA NUEVA PROMESA DEL GOLF
—Venga Lucas, levanta. Tenemos un
largo camino por delante.
—Papá son las seis de la mañana. No me
quiero despertar —suplicó el adolescente adormilado.
—Lucas, si eres mayor para salir
de fiesta, eres mayor para madrugar y
cumplir con tus obligaciones. No te lo repito más, levántate y ponte en marcha.
Ya —advirtió el progenitor seriamente.
Su padre le retiró las sábanas y un
frío polar le recorrió todo el cuerpo. El chico se encogió huyendo del cambio
de temperatura y robando unos segundos más al sueño.
—Lucas, venga, no remolonees. A
desayunar, que nos vamos. Voy metiendo los palos en el coche. Espabila —le
gritó Julián mientras bajaba las escaleras.
El adolescente arrastró los pies hasta
el lavabo. Se duchó semidormido, se vistió mecánicamente y desayunó cansado sin
saborear realmente la comida. Su padre lo esperaba con cara de pocos amigos en
el coche. Entró y se atusó la gorra para ignorar a su progenitor que arrancó
como si fuera un piloto de la NASCAR. Tardó poco en comenzar a relatarle a su
hijo la estrategia que había ideado para el partido de hoy. Se suponía que era
un torneo importante, de esos que había que ganar sí o sí, ¿o no lo eran todos?
—Lucas, ¿me estás escuchando?
Pero él hacía tiempo que había
desconectado y dormía plácidamente bajo la gorra. Parecía que no le importara
lo que le decía su padre. Julián, enfurecido, le dio un golpe en la cabeza y lo
despertó de malas maneras. Lucas abrió
los ojos sobresaltado.
—¿Qué pasa? ¿Ya hemos llegado?
—No, no hemos llegado. Pero no me
estabas escuchando y el partido de hoy es muy importante —Lucas puso los ojos
en blanco mientras hacía ver que le prestaba atención—. Me ha costado mucho
convencer al ojeador de la universidad de Clemson para que venga a verte. Una
beca sería la mejor de las recompensas para todo el esfuerzo que hemos ido
haciendo durante todos estos años.
—Querrás decir el esfuerzo que HE ido
haciendo— replicó el joven ofendido.
Lucas suspiró profundamente para
intentar tranquilizarse. Julián lo miró extrañado. El joven veía la esperanza
en los ojos de su padre quien había luchado tanto para que su hijo llegara
donde no fue capaz de llegar él. Tanto sacrificio y trabajo para que Lucas
llegara lejos en aquel juego que lo era todo para él. Pero el chico hacía ya
tiempo que había perdido la pasión por el golf. Estaba cansado de los entrenos,
de los torneos, de no poder salir con sus amigos siempre que le apetecía, de no
ser un adolescente corriente.
—¿Qué ocurre, Lucas? Esto no es normal
en ti —el chico lo miraba en silencio—. Venga, va, dime qué te ocurre.
Pero la joven promesa del golf, como
solía llamarlo su padre, no fue capaz de sincerarse con él.
—Nada, papá, es que estoy cansado.
¿Qué decías del torneo? —fingió interesarse el chico para esquivar palabras más
amargas y es que no quería discutir con su progenitor. No quería tener que
decirle a la cara que aquel sería su último torneo, que ya no podía más y que
dejaba el golf.
El padre cambió su expresión de
preocupación por una sonrisa complaciente. Respiró tranquilo al creer reconocer
a su hijo de nuevo. No podía sospechar ni más remotamente las verdaderas
intenciones de su hijo.
—Estupendo, Lucas, podrás descansar
cuando acabe la temporada en un par de fines de semana. No deberías haber
salido anoche —le reprochó Julián.
—Era el cumpleaños de Sonia. No podía
faltar—musitó Lucas.
—¿Y el cumpleaños de Sonia, de repente,
era más importante que la final del Campeonato Europeo?
—Sí, era más importante porque Sonia…
porque ella…
—¿Ella qué? Explícate, hombre.
—Sonia, Sonia… es mi novia —confesó
Lucas.
A Julián se le heló la sangre. No
había oído hablar de esa Sonia hasta ahora y de la noche a la mañana esa chica
competía con el amor de Lucas por el golf. Nunca lo había presionado para que
siguiera sus pasos. El chico simplemente estaba interesado en el juego y lo
quería acompañar siempre al campo. Desde pequeño le había pedido ser su caddie
y aprender a jugar. Todavía recordaba a su retoño imitarlo con sus palos de
golf de plástico y seguirlo a todas partes con ellos. Sonrió recordando
aquellos tiempos felices con su hijo. ¿Cuándo había crecido tanto su niño?
—¿Y quién es esa Sonia? Nunca me
habías hablado de ella.
—Es una compañera de clase. Y sí te he
hablado de ella. Es la chica rubia que vino a hacer el trabajo de biología a
casa. ¡Si te la presenté y todo! Pero tú estabas más pendiente de Sergio García
en la tele —le recriminó su hijo.
—¡Ah, sí! Creo que la recuerdo.
—No hace falta que mientas. No sabes
quién es. No te interesa nada de mi vida. Si ni siquiera conoces a Marc.
—Sí, a Marc sí lo conozco —interrumpió
Julián haciendo memoria— es, es… el moreno.
—¿El moreno? Marc lleva viniendo a
casa desde que tenía cinco años, es mi mejor amigo y para ti es ¡el moreno! —se
molestó el chico.
—Tal vez tenga algunas lagunas sobre
tus amistades pero he estado en todos tus entrenos y torneos. Soy tu mayor fan —bromeó
su padre para quitarle hierro al asunto.
Lucas giró la cara y se puso a mirar
por la ventana. El viaje se le estaba haciendo eterno. No quería hablar más con
él. Así que cerró los ojos y, casi sin darse cuenta, se quedó completamente
dormido otra vez mientras oía la voz de su padre en la lejanía.
Un portazo lo hizo volver a la
realidad. Julián había bajado del coche y se estiraba tras haber conducido
demasiadas horas. Admiraba su fuerza de voluntad cada fin de semana. Madrugaba
siempre que era necesario, lo acompañaba en todos sus entrenos, le compraba los mejores palos… Todo porque
quería que triunfara a pesar de sus fracasos. La noche pasada con Sonia y sus
amigos fue divertida. Una isla en un océano de preocupaciones y miedos porque
allí no tenía que impresionar a nadie, porque no podía fallarle a nadie, porque
no tenía nada que perder. El golf no era así para su padre.
Lucas bajó del coche y se desperezó.
Estiró los brazos y miró al cielo azul. Era un gran día para jugar a golf. Lo
iba a dar todo por aquel hombre que se concentraba antes de cada torneo como si
los fuera a jugar a él.
Julián sacaba los palos del maletero
cansado por el largo viaje. Su hijo había estado roncando durante todo el
trayecto. Parecía tranquilo, como si no le importara la competición de hoy.
Notaba a Lucas a años luz y temía que en algún momento le dijera que hasta aquí
había llegado, que ya no quería jugar más. Eso lo decepcionaría. Siempre había
deseado que su hijo llegara a lo más alto, mucho más de lo que llegó él.
Aquella lesión lo marcaría de por vida. Ahora podría hacer sus sueños realidad
a través de los logros de su churumbel.
—¿Listo? —preguntó Julián.
—Listo. He recuperado las fuerzas y
tengo buenas sensaciones. Hoy va a ir bien. Ya lo verás, papá, huelo a victoria
—bromeó el adolescente quien se sintió feliz al ver el rostro de su padre
relajado por primera vez en todo el viaje.
Julián cargó la bolsa al hombro, se
colocó la gorra y pasó la mano por los rizos de su hijo.
—Vamos, nos esperan en recepción.
—¡Lucas! ¡Cuánto tiempo! ¡Madre mía
cómo has crecido! Ya en los juveniles, si parece que fue ayer que los palos
eran más grandes que tú. Siempre siguiendo a tu padre a todas partes y mira
dónde has llegado. A la final europea, en serio, enhorabuena —la señora lo
saludaba de forma tan efusivamente que le dejó marca en el carrillo de lo
fuerte que se lo pellizcaba—. ¡Qué orgulloso debes de estar, Julián!
Ambos siguieron charlando
amigablemente. Hacía mucho que se conocían y les gustaba ponerse al día así que
Lucas los dejó a solas. Salió a poner la tarjeta junto a su bolsa. Era un día
de otoño espléndido. Y entonces lo vio. Mario. Preparado como siempre para
salir al campo. Con esa sonrisa eterna y ese posado elegante como de haber
nacido para ser jugador de golf. Sus miradas se cruzaron y el juego comenzó.
Lucas apresuró a su padre a través del
cristal. Ambos caminaron en silencio hacia el tee del 1. Allí les esperaba su contrincante.
Se dieron la mano y la partida comenzó. En aquellos momentos previos antes de
golpear la bola, Lucas olvidó todas sus dudas sobre su carrera como golfista,
de Sonia y sus amigos, de la distancia que existía entre su padre y él. Golpeó
la bola con fuerza y la dejó en green. El adolescente sonrió satisfecho y es
que la adrenalina había colonizado su cuerpo. Mario no sería capaz de
superarlo. En ese preciso instante supo que la victoria estaba en sus manos.
Hoyo tras hoyo las buenas puntuaciones
se iban siguiendo con demasiada facilidad. Julián no daba crédito al juego de
su hijo. La tensión del viaje le había hecho temer que su hijo no demostrara su
valía pero hoy lo estaba haciendo con creces. El padre estaba henchido de
orgullo. Lucas iba a ganar, además con una ventaja considerable. Ni en sus
mejores sueños hubiera imaginado una actuación mejor en un torneo.
El adolescente se divertía
sobremanera. Había provocado que Mario perdiera su swing. Lo veía sufrir y eso
le gustaba. Y es que Mario había sido su sempiterno rival. Sus padres se
odiaban y ellos nunca se habían llevado demasiado bien pero Lucas debía
confesar que como contrincante era el mejor que jamás hubiera podido desear.
Siempre le obligaba a dar lo mejor de él y eso era de agradecer.
En el hoyo 13 Julián ya sabía que
Lucas se llevaba la copa a casa. El ojeador de Clemson no podía haber venido en
mejor momento. Se veía un hombre afable pero exigente con el tipo de jugador
que quería llevar a la universidad de Carolina del Sur. No tenía dudas de que
después de aquella partida, su hijo se llevaría una beca bajo el brazo. Y el
último putt de Lucas lo sacó del cuento de la lechera que bailaba en su mente.
Hoy no podía criticar nada de su juego. Sólo cabía celebrar la victoria. Había
destrozado a Mario.
En la entrega de trofeos Lucas sonrió,
saludó, posó para todas las fotos que le pedían y disfrutó del triunfo. Era
campeón de Europa y eso no se lo podían arrebatar nunca. La nueva promesa del
golf miró a su padre y entonces supo que era el momento. Julián sintió que algo
se le rompía por dentro con esa mirada.
Padre e hijo subieron al coche de
vuelta a casa contentos pero exhaustos. Sin embargo, la alegría se desvaneció a
los pocos minutos. El adolescente tenía algo importante que comunicar.
—Papá…
—¿Sí, hijo?
—Hay algo que quiero decirte —las
palabras se amontonaban en la garganta y no querían salir—. No es fácil…
—Lo sé, Lucas, lo sé. Pero puedes
decirlo. Yo siempre te querré decidas lo que decidas hacer con tu vida.
—Creo que es hora de dejarlo, papá.
—¿Estás completamente seguro, hijo?
—Sí, papá. Ya no quiero jugar más a
golf.
Unas lágrimas quisieron salir de los
ojos de Julián al escuchar esas temidas palabras pero no dejó que brotaran.
Tenía que dejar ir a su hijo. Habían sido mucho buenos años y era hora de que
Lucas tomara su propio camino. Le apretó la pierna con fuerza y le dijo:
—Si eso es lo que quieres, está bien.
El golf estará allí cuando lo necesites, como yo. Ya sabes que siempre estaré
aquí para ti.
El coche se quedó en silencio. Ambos
se miraron, respiraron profundamente y una paz perfecta lo inundó todo.
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