26. LA PLAYA
Agosto. Javier estrenaba vacaciones tras unos meses duros de trabajo. La fusión había requerido más sacrificios de los anticipados y eso lo había superado. Cada vez que llamaba a uno de sus empleados para darle la noticia de su finiquito notaba cómo su moral iba minando. Eran sacrificios de sangre a un dios perverso y cruel que sólo le prometía la propia supervivencia. En aquel momento le pareció la mejor, o la única, de las soluciones posibles para salvar su empresa. Javier se despertó, se duchó y disfrutó del agua que caía por todo su cuerpo acariciando y apaciguando las heridas de guerra de los últimos meses. No podía creer que por fin dejara atrás aquella tortura de elegir y echar a las personas más prescindibles. Si hubieran sido prescindibles desde el primer momento ya no las hubiera contratado pero eso, al buitre, no le cuadraba de ninguna de las maneras. Podía iniciar el descanso del guerrero. Lo peor ya estaba hecho y, ahora, sólo tenía que esperar al reflote de su barc...