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Mostrando entradas de julio, 2013

11. LA VENTANA

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La casa llevaba cerrada ya demasiado tiempo. Abrí la puerta de entrada con esfuerzo. Las bisagras chirriaron oxidadas por las inclemencias del tiempo. Al entrar, el polvo suspendido en el aire atascó mis vías respiratorias. Fueron unos segundos de ataque furtivo. Mis ojos lloraron, mi garganta carraspeó. La oscuridad lo inundaba todo. El olor a cerrado era nauseabundo. La falta de luz me asustaba, así que me di prisa en abrir los porticones de madera. Una luz plateada suavizó la atmósfera. Entonces maldije aquella reunión eterna, el tráfico lento a la salida de la ciudad y los trabajos infinitos en la carretera. Me hubiera gustado llegar con luz diurna. Me hubiera sentido más segura. Busqué la linterna en mi bolso. Los plomos deberían estar detrás de la puerta si recordaba bien. Y, como era de esperar, seguían allí. Los  subí y una luz mortecina inundó la estancia. Las bombillas estaban envueltas en madejas de telarañas que se enroscaban como las hiedras del jardín. Los muebles