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Mostrando entradas de mayo, 2012

05. EL ROMPECABEZAS

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Gloria observaba atentamente la fila de cajas ante ella. ¿Cómo escoger? ¡Había tantos! Cerró los ojos por unos segundos pensando que el azar le mostraría la mejor opción. Al abrir los párpados tenía en las manos un rompecabezas de gatitos que jugaban con una bola de lana rosa. Lo dejó en la repisa otra vez. Sólo de pensar las horas que pasaría encajando las piezas de aquel rompecabezas le venía un escalofrío… Para Gloria los rompecabezas eran algo más que un simple pasatiempo, eran una manera de encontrar una calma mental que no podía encontrar de ninguna otra manera. Abrir una caja llena de piezas que esperan a alguien que las encadenara era un momento de felicidad suprema para Gloria y hoy necesitaba uno de esos momentos. Resopló porque no le gustaba ninguno de los que había en el aparador pero cuando ya había decido marchar, los ojos se pararon en una caja medio escondida al final de la repisa. Parecía que hacía tiempo que la esperaba. La cogió y sonrió satisfecha. Era un mapa

04. EL ÁRBOL

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Inmóvil. Sin poder moverse. Atado. Enraizado a la tierra. Preso. Movía las ramas en un intento de imitar a los pájaros que le sobrevolaban cada día. Sin éxito. Envidiaba las nubes que nadaban en el mar azul. Una lágrima de savia le resbaló por el tronco. El tiempo pasaba y con los años el paisaje se le hizo monótono y aburrido.  Algún animal lo habitaba por algún tiempo pero todos acaban marchando. Todos menos él. Frustración. No sentía que aquel fuera su lugar en el mundo pero, por algún motivo que no lograba comprender, sus raíces estaban prisioneras en el suelo arcilloso. Suspiró amargamente. Una liebre le pasó veloz y un escalofrío fugaz le hizo perder la última hoja que le quedaba. Frío. Otro invierno había llegado. Resignado cerró los ojos y durmió hasta la siguiente primavera. La fuerte lluvia y el cielo tormentoso lo despertaron de su hibernación. El suelo se había derretido. Sintió que algo se movía. Sus raíces se sentían libres. Aquello

03. PAZIENCIA

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Paz era la mejor investigadora científica de su campo. Decenas de sus artículos se publicaban en las revistas especializadas más importantes de todo el mundo y eran incontables las conferencias que daba en reconocidas universidades. Un sol cálido entraba por los ventanales de su despacho mientras Paz acababa de redactar los últimos hallazgos en su nuevo proyecto. Sin duda, este sería el definitivo. El que haría que su carrera subiera como la espuma, si eso fuera aún posible… Paz sonrió satisfecha ante la pantalla de su ordenador.  El teléfono la sacó de su ensoñación. Era su asistente que con voz alarmante la informaba que el laboratorio estaba en llamas. ¿Cómo? Paz no daba crédito a sus palabras. ¿Qué ha pasado? ¿Un accidente? Pero, ¿Cómo? Cogió su bolso y arrancó su coche. Meses de trabajo… a la basura. Paz aceleró el vehículo y con cada marcha el paisaje se hacía más borroso. Lágrimas de rabia caían por sus mejillas. Tanto esfuerzo, tantas noches

02. INVISIBLE

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  Ilustrador: Javier Garcia (http://javigaar.blogspot.com) El desayuno esperaba en la mesa. Rápidamente aparecieron dos niños y un marido preparados para comenzar el día. Nadie hablaba porque tenían cosas más importantes que hacer, como jugar a la consola, mirar hipnotizados los  dibujos o leer los titulares del día en el móvil mientras engullían los alimentos mecánicamente. Los tres acabaron a la vez, acompasados, como si lo hubieran ensayado con anterioridad, como si un reloj interno les marcara el mismo ritmo. Un beso, otro y un tercero seguidos de un “¡a las 6, fútbol!, “¡a  las 7, inglés!”, y “no me esperes para cenar”. Tara se quedaba acompañada de silencio. Acabó el desayuno a cámara lenta saboreando la tostada y el café y, ya cansada de buena mañana, comenzó su rutina. Nadie lo sabía pero Tara tenía poderes supernaturales como aquellos superhéroes de los cómics que, de vez en cuando, leían sus hijos. Desgraciadamente no eran supervelocidad o telequine

01. EL RELOJ DEL CONEJO BLANCO

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Ilustrador: Javier Garcia (http://javigaar.blogspot.com) Laia bajaba corriendo las escaleras con un zapato puesto y el otro en la mano mientras hacía equilibrios para intentar ponérsela sin mucho éxito. Se había vuelto a quedar dormida y llegaba tarde al trabajo otra vez. No entendía por qué siempre llegaba tarde a todas partes. Era como si su cuerpo no pudiera seguir el ritmo de su vida. El café quemaba y sólo dio un bocado a la tostada porque no tenía tiempo de acabársela. Cogió el abrigo y cerró la puerta de casa con un golpe seco. El sol la deslumbró y un coche casi se la come al cruzar la calle. La gente corría a su alrededor como si hubiera un fuego o estuvieran a punto de bombardear la ciudad. Sus rostros estaban serios y las facciones eran ferozmente duras. Laia se reincorporó a la marabunta y siguió el flujo natural, rápido y sin pausa. En el metro era difícil de respirar. Una multitud de gente luchaba por entrar pero Laia no tuvo suer